Era un viernes de quincena, y el Beto, un chavo de la doctores, que se sentía muy machito, decía que eso del metro fantasma en Bellas Artes era puro choro loco.
Andaba retando a todo el que se le ponía en frente,
con su clásica labia:
"¿O qué, se les arruga la verruga, morros?"
Su cuate, el Chino, uno que siempre estaba al tiro con sus albures, le replicó: "No es miedo, carnal, es respeto. Dicen que ese tren te lleva directito con la flaca… y no hablo de una vieja, güey". Todos se echaron a reír, pero una risa nerviosa, de esas que esconden el miedo verdadero.
Esa noche, el Beto, bien entonado y alentado por sus amigos, decidió esperar el último metro en Bellas Artes. Eran las 12 en punto cuando las luces empezaron a parpadear, y el sonido de un tren se escuchó a lo lejos. No era un ruido normal, güey. Era como si un huacal gigante se raspara contra la vía.
De la nada, se paró en frente un tren bien pinche viejo, adornado con flores de cempasúchil putrefactas. Las puertas se abrieron, y del interior se escuchó una voz coqueta, pero tétrica: "¿Vienes, guapo?". Sin pensarlo y ya bien peregrino por las 5 caguamas que llevaba encima, Beto subió al vagón.
El tren arrancó, y aunque afuera se veía la estación, adentro era otro pedo: un corredor largo, oscuro y con figuras que parecían personas, pero eran sombras de morros. De repente, la leyenda se hizo de carne y hueso, con un cuerpo de infarto, pero con una cara que daba un chingo de miedo. Era la Catrina Chilanga, la dueña de ese tren maldito.
"¿Qué onda mi Beto?
Me han contado de ti", dijo con una sonrisa burlona.
El Beto, tratando de sacar su labia, respondió con un albur, pero su voz temblaba. La Catrina se rió y le dijo: "No te hagas el chistoso, aquí el único albur es que tú: ni te vienes, ni te vas".
El tren se detuvo y las puertas se abrieron. Lo que vio Beto era la CDMX, pero no la que él conocía. Era una ciudad llena de almas en pena, todas con caras desfiguradas, que lo miraban con ojos hambrientos.
"¡Este es tu estación, carnal!", gritó la Catrina Chilanga. El Beto intentó correr, pero fue atrapado por esas almas que lo jalaban hacia el abismo. Gritó hasta desgarrarse la garganta, pero nadie podía escucharlo.
Al día siguiente, en Bellas Artes, apareció una nueva calaverita de azúcar en el altar que se pone cada Día de Muertos. Decía "Beto". Y si pasas a medianoche por esa estación, dicen que puedes escuchar el albur desesperado de un chavo que se creía muy macho, pero que la Catrina Chilanga puso en su merecido lugar.
Leyenda creada en colaboración con Midjourney y ChatGPT
Prompt :
catrina in horror fire, crazy face, inside subway, style of Joaquín Sorolla